Entrevista a Cesc Mulet, «Voces contra la crisis»

ENTREVISTA Voces contra la crisis

Cesc Mulet

‘No hemos vivido una crisis sino un cambio histórico en tiempo real’

«Yo no paro de abrir paréntesis cuando hablo, prepárate», me dice. Me preparo, pues, y disfruto del constante ir y venir de su discurso, del recuerdo personal a las teorías de algún libro leído con entusiasmo, para volver al presente de su sector y hacer cabriolas entre Mallorca y el mundo. Enmarcado en la magnífica, brooklyniana planta baja que ocupa La Periférica en pleno barrio del Terreno, Cesc Mulet es un interlocutor impredecible y expansivo.

Hay un dato muy curioso en su biografía: usted es licenciado en Psicología.

Sí, soy psicólogo de deformación. Pero nunca he ejercido: en segundo de carrera monté junto a unos amigos la Liga de los Sin Bata, porque entonces ya habíamos decidido que nunca nos dedicaríamos a esa disciplina. En mi caso, matricularme fue coyuntural, porque en mi primer año universitario Fraga había cerrado la Escuela de Cine de Madrid, de modo que escogí Psicología como alternativa pensando que me serviría para aprender a crear personajes. Por supuesto, en cuanto me encontré con la asignatura Estadística Aplicada a la Sociedad, supe que andaba equivocado. Pero soy disciplinado, así que acabé la carrera, y estoy encantado de haberlo hecho. Y luego ya viví siempre ligado al cine. Cuando volví a Palma en 1982, empecé a trabajar en una productora y luego, en 1997, monté La Periférica, que por lo tanto ya ha cumplido 16 años. Han sido unos sweet sixty, desde luego.

Dieciséis años produciendo contenidos audiovisuales desde Baleares. Un éxito.

Bueno, depende. Si muestro los números generados durante todo el recorrido de La Periférica, incluyendo los que nos esperan en los próximos cinco años, es probable que un empresario convencional me diga: «Cerrad». Porque la rentabilidad económica de un proyecto así no existe. Pero como yo creo firmemente que el PIB de las naciones debería calcularse en base a la felicidad, estoy encantado con lo que hemos hecho. Y sí, lo considero un éxito. Tal vez nuestra mayor conquista sea que hemos logrado hacer marca. Eso se debe, en primer lugar, a que hemos sabido crear una extensa red de gente periférica: somos como un gran club de personas con afinidades y capacidad de colaboración. Y en segundo lugar, aunque no quiero tirarme flores, está el hecho de que nosotros venimos del cine y eso imprime un sello pero, sobre todo, revela una vocación muy fuerte. Yo no trabajo, sino que hago constantemente lo que me gusta.

Entonces, ¿ha conseguido todo lo que quería?

Pues no del todo. Seguro que no. Ahora bien, cuando eres joven y dices que quieres ser director de cine, eso provoca risas en casa, ¿no? Sin embargo, yo he participado en largometrajes como Acción Mutante, en pelis de Urbizu o Iborra… Y encima, a los treinta y nueve, tres bosquimanos nos metimos a fundar una productora. La gente del sector no daba crédito, por mucho que viniéramos de trabajar en un negocio similar. Recuerdo que los amigos me decían: ¿por qué no te vas a Madrid, a hacer otra película? Y es que visto desde dentro, este mundo del audiovisual en Mallorca no sólo no es Hollywood, sino que tampoco es Globomedia, ni Vértice ni El Terrat… Pero es lo que queríamos hacer, y lo hemos logrado a base de trabajo, trabajo y trabajo. Y vocación, insisto. Cuando alguien entra por esa puerta con un currículum en la mano, lo primero que preguntamos es: ¿eres pasional? Porque nosotros no te vamos a salvar la vida, lo van a hacer tus ganas de trabajar.

Ha mencionado las risas que provocaba el joven Mulet diciendo que quería ser director de cine. ¿Y si hubiera dicho que sería empresario?

No me gusta esa palabra, la veo pasada de moda. Ahora que Oliver se va de la CAEB, tendría que entrar savia nueva. A mí me gustaría que fuera alguien de Bombay. El futuro es Bombay. [Ríe]

La palabra que está de moda es emprendedor, pero sospecho que no debe gustarle más.

¡No, no, esa es una traición! [Ríe]

Sin embargo, es usted empresario, ¿o no?

Veamos, es verdad que tengo una sociedad mercantil, que soy socio accionista de una productora, que cada dos por tres hago llamadas al banco o que ayer mismo envié un precontrato para una película que queremos realizar en Nueva York… Pero no me siento empresario y cuando en día de huelga general veo una pintada que dice El patrón al paredón es imposible que me sienta aludido [ríe]… Yo sólo soy el comercial de un colectivo llamado La Periférica. Soy el peor comercial del mundo, probablemente, pero soy el único que tenemos. Aquí trabajamos como un colectivo asambleario que siempre quiere crecer, y si en la cena de Navidad, ante los otros veintisiete periféricos, dijera que soy jefe, lo único que recibiría serían golpecitos en la espalda: «sí, Paco, sí…». Por lo demás, no estoy muy seguro de qué soy. No me considero director de cine, porque aún no he hecho una película de ficción mía (¡pero la haré!). La primera vez que constituí una sociedad ante notario, rellené el capítulo de mi profesión con la palabra filósofo. ¡Sería coquetería, pero algo tenía que poner! En fin, no me identifico con la palabra empresario… Aunque puede que en los próximos veinte años sí que empiece a hacerlo.

¿Por qué motivo?

Porque es un concepto que, como todos los demás, va a cambiar mucho y será interesante ver qué pasa, intuir cómo debo afrontar el reto. En mi opinión, seguimos viviendo en una estructura propia del Antiguo Régimen, que está a punto de caer porque la realidad ya no es esa. En consecuencia, todo está en cuestión: ¿qué es un productor o un empresario, qué es un director? Son etiquetas inestables. Lo que estamos viviendo no es una crisis, sino un cambio histórico experimentado en tiempo real. A mí me gusta mucho la historia, y cuando la leo o la estudio siempre pienso lo mismo: que difícilmente la gente se levantaba un lunes por la mañana y pensaba, «mira, hemos pasado de la edad moderna a la contemporánea». Pues eso está ocurriendo ahora: estamos cambiando de época histórica aunque no nos demos cuenta. Y esto es algo de lo que he estado convencido desde que aquí entró la ola de Lehman Brothers en octubre de 2011…

Perdón, la bancarrota de Lehman fue en 2008…

Ya sé, ya sé. Pero la ola llegó a este local más tarde y cuando lo hizo el agua nos inundó por completo. ¿Sabe por qué recuerdo la fecha? Porque durante un mes y medio La Periférica no recibió ni una sola llamada telefónica. En ese momento las televisiones públicas nos debían 300.000 euros, una cifra considerable para nosotros. Y el silencio era total.

Habla usted de estructuras antiguas y de cómo afectará el cambio a la idea de empresario. Pero, ¿no está afectando de forma más inmediata aún a lo público?

Sí, claro. Sobre esto, diré que yo me siento al mismo tiempo antiestatalista (porque el estado es poder) y partidario de lo social. A mí hay razones por las que esas antiguas estructuras (el Govern, el Consell o IB3, da igual) me molestan… Por ejemplo, me encantó escucharle decir a Pimentel que bastaría contar con dos diputados en el Parlamento, porque así nos ahorraríamos dinero y tonterías.

¿Cuál debe ser el funcionamiento de una productora pequeña como la suya en este mundo nuevo?

La nuestra es, en efecto, una productora pequeña en un mundo pequeño que no cree en productoras. Aquí las televisiones públicas (estoy pensando también en la desaparecida Televisió de Mallorca) han atendido mucho a los grandes grupos del mundo antiguo que, como el Grupo Serra, han aprovechado sinergias más que sabidas de esta sociedad nuestra para montar una productora y posicionarse. Y no me parece mal que lo hagan, pero si una televisión pública tiene cuatro patas, creo que al menos una de ellas podríamos constituirla las pequeñas productoras que tenemos una voluntad real de hacer industria audiovisual de forma continuada.

Es que ese fue uno de los argumentos que se escuchaban mucho cuando se creó IB3: contribuir a la maduración del sector. ¿No se ha cumplido?

No. Es verdad que nos llegan migajas de migajas. Tampoco se ha intentado que IB3 sea una verdadera fábrica de ideas.

Y eso que aún no hemos hablado de un debate de fondo, más radical: la existencia misma de las televisiones públicas autonómicas. ¿De verdad las necesitamos?

Lo discutible es cómo necesitamos que sean, pero yo creo que sí. Que son valiosas porque permiten que el ciudadano acceda a temas que nadie más va a tratar y también que articulemos socialmente el mundo en que vivimos. Otra cosa es la desgracia de que muchas de esas televisiones nazcan con el objetivo perverso de articularnos políticamente, que no es lo mismo. Eso explica, por ejemplo, el nacimiento mastodóntico de IB3. Una televisión, por cierto, en la que no se ha implicado nunca el sector empresarial. El Liceu de Barcelona o el Teatro Real tienen socios colaboradores como Nestlé o Telefónica, ¿no podría plantearse algo parecido respecto de las teles autonómicas? Y en el caso de la nuestra, ¿de verdad necesitaba ser una generalista que abarca todas las franjas horarias? Tal vez con emitir de cinco de la tarde a dos de la madrugada (es un decir) sea más que suficiente.

Los 32 millones de presupuesto público anual para IB3, ¿son mucho o poco?

Para una tele como la que debería hacerse, son suficientes. Claro, hablo de una tele sin películas de Hollywood. De todas formas, a veces se hace demagogia con la cuestión del presupuesto. Sin ir más lejos, uno sólo tiene que comprobar cuánto dinero público se destinó a nuestro documental sobre Joan March y luego mirar cuántas veces se ha pasado por las televisiones. Y el trabajo de documentación que hicimos, rigurosísimo, ¿quién lo haría sin una televisión pública detrás? Por cierto, a mí me encantaría hacer una serie sobre la historia económica de Baleares. Y no es una idea de ahora, con la crisis: ya se lo planteé a Tòfol Soler cuando era consejero de Economía. Si hiciéramos esa serie, podríamos explicar cosas curiosísimas, como que en el siglo XIII Mallorca era una gran suministradora de pega a las ciudades estado europeas. Aquí había molinos en los que se trabajaba la resina para el calafeteo de barcos. ¡Exportábamos por todo!

Y si desaparece IB3, ¿qué ocurre?

Ningún problema. Nosotros existíamos antes de IB3. Si de pronto no contáramos con ese frente, eso nos obligaría a movernos todavía más fuera, y eso es bueno. La Periférica sabe hacerlo: se trata simplemente de tener ganas y de ir tejiendo redes. En este sentido, puede que nuestra asignatura pendiente, y también la de IB3, sea Alemania. Allí hay varias televisiones, la estatal y las de varios Lands, y con ellas deberíamos llegar a entendimientos. Eso sí, la existencia de una televisión pública tiene una consecuencia fundamental para nuestro trabajo: poder tenerla detrás es una credencial importante cuando intentamos vender algo fuera.

En ese nuevo mundo al que se ha referido varias veces, ¿qué cartas debería jugar Baleares?

Hay algo que tal vez los grandes empresarios no necesiten, pero los demás (el pequeño tendero, sin ir más lejos) sí: recuperar y mimar nuestro tejido social, apostar por lo local, por el kilómetro cero. Aunque tengo un pariente en Mancor que hace zapatos para Carmina, yo he visto desaparecer todos los talleres de mi infancia inquera. Y otra cosa: gracias al turismo tenemos unas posibilidades que otras zonas españolas no tienen y a eso podemos estar agradecidos. Pero luego, eso debería repercutir en una mayor justicia social.

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